domingo, 9 de junio de 2013

Prólogo




Dice una antigua leyenda romana que en lo más profundo de las montañas del Monte Parnaso, se encuentra un lago cuyas rocas parecen sirenas, si bebes del agua cristalina que de ellas emerge, esta curara tus heridas, pero a cambio vivirás para siempre


Hubo una vez un general Romano, conocido por todos en su época, ganó guerras y conquistó tierras bárbaras y fue nombrado con honores y reconocido por todo su pueblo, pero un día desapareció, nadie supo más de él. En toda Roma se dijo que había muerto a manos de los bretones, su nombre se borró de los libros y nunca más fue nombrado.



Año 13 d.c 

-Augusto, ha habido sublevaciones en Egipto, algunos pueblos o pequeñas regiones aun se resisten a nuestro gobierno- Los comandantes de los ejércitos más importantes, incluidos el propio Augusto, comandante de todos los ejércitos estaban reunidos en torno a una mesa. La que Aurelio, el padre de Marco solo usaba para los eventos más importantes. Marco sólo era un niño de 10 años que jugaba con su padre a ser general, era el "general" de una gran cuadrilla de ovejas, pero todas le obedecían sin rechistar, sin embargo era en esos momentos, cuando su padre se reunía con sus compañeros del ejercito, que el se sentía como un verdadero general, el más importante de todos, por que hasta el mismísimo Augusto honraba a su familia con regalos y ofrendas.

-Marco, tu serás uno de nosotros, se que algún día los ejércitos enemigos te temerán, pero hasta ese momento quiero que guardes algo para mi, algo personal, un regalo que te entrego y que algún día tendrás que entregar tu también por que amigo, en esta vida no hay nada que dure para siempre. 
  Augusto sacó un sobre de su fajín y lo abrió de él salió una gargantilla de oro, con perlas incrustadas, la famosa gargantilla de Cleopatra, un tesoro que pasaba de emperador a emperador, aquel que la recibía era designado como comandante de todas las tropas y nadie se podía oponer a él, pero tenía que ser designado por el actual comandante jefe. 
-Cuando cumplas veinte años te habrás formado, los profetas lo han dicho y en ese momento podrás sucederme, se que serás un gran comandante, por eso debes guardarme esto, tú seras mi sucesor, pero hasta ese momento debes quedarte aquí en Nápoles, pase lo que pase, cuando llegue la hora te mandare al ejercito y tendrás que ascender rápido si quieres ser mi sucesor. ¿Lo has entendido?
-Si señor, pero ¿por qué yo?
-Sólo los oráculos lo saben, son ellos y no yo, los que ven el futuro, pero querido amigo, eres tú el que tienes que hacer posible ese futuro y no yo. 

Ese sólo fue el comienzo de una larga vida llena de pesares, pero Augusto estaba confundido, hay cosas que si son para siempre.